Fr. Salvador Escoto, LC
“ME AMÓ Y SE ENTREGÓ POR MÍ” (Gálatas 2, 20)
Soy el hijo menor de mi familia. Mi mamá me cuenta que el tiempo que estuvo embarazada de mí fue complicado pues sufre de asma, pero después de muchos cuidados y esfuerzo, nací un jueves a las 9.30 de la mañana. Dicen que todos estaban muy contentos pues nací sano y regordete.
Aunque nací en Guadalajara, hasta los once años viví en un pueblo que se llama Ayotlán. Crecí en medio de un ambiente muy religioso. En mi familia era normal rezar el rosario e ir a misa entre semana. De mi papá aprendí la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y el rezar por las almas del purgatorio. De mi mamá un profundo amor a la Santísima Virgen. Cuando estaba pequeño, le amputaron la pierna a un sacerdote amigo de la familia y por ello tenía que celebrar la misa sentado. Lo hacía en una mesa debajo del presbiterio. Era muy amigo de mi papá y pidió permiso para que le ayudara a sacar las hostias del sagrario antes de la comunión. No sé bien porqué, pero al final era yo quien cargaba el copón y se lo llevaba al padre, obviamente siempre acompañado de mi papá. Era un momento de muchísima alegría para mí y aun hoy, cuando lo recuerdo, no dejo de sentirme afortunado.
Después fui creciendo y me comprometí en la pastoral de la parroquia. Ayudaba en la misa de niños con las moniciones. Mi colegio lo llevaban las misioneras del Sagrado Corazón de Jesús y de Santa María de Guadalupe. Ahí también me apunté a la IAM (Infancia y Adolescencia Misionera) donde teníamos diversas actividades de voluntariado y ayuda a los pobres. Todo esto para explicar que desde pequeño el ambiente que me rodeaba no era extraño a las cosas de Dios. Y a mí me gustaba; me sentía pleno cuando hacía algo por Dios y por los demás. Quizá eso fue lo que vio una religiosa del colegio pues me empezó a pasar “publicidad” de distintos seminarios y congregaciones. Una vez me pasaron un folleto de los Legionarios de Cristo. Yo ya los conocía porque tenía primos ahí y porque los padres visitaban mi casa. Pero recuerdo que cuando recibí el folleto de ellos, inmediatamente pensé que por ahí me llamaba Dios.
Después de terminar la primaria, entré al Centro Vocacional de Guadalajara que estaba iniciándose. No fue fácil dejar a mi familia con esa edad. Tanto a ellos como a mí nos costaba un poco, pero todos teníamos claro que Dios nos daba las fuerzas y no se dejaba ganar en generosidad. Ahí encontré un ambiente de mucho entusiasmo. No teníamos tantos medios, pues estaba empezando el seminario, pero todos vivíamos con la ilusión que se tiene cuando se está comenzando algo grande, con la conciencia de que estábamos construyendo las bases. Cada día había algo nuevo: una mesa, plantar un árbol, cobijas, jarras para el comedor, un pizarrón… cosas muy sencillas, pero por todas hacíamos fiesta…
Fue en este tiempo de seminario menor donde Dios fue sembrando en mi alma la certeza de que me había amado y se había entregado por mí en la cruz. Yo quería ser como el Cireneo que le ayudara, con mi pobre colaboración.
En el año 2004 entré al Noviciado en Monterrey y después de dos años hice mi primera profesión. Fue en Monterrey donde pude profundizar más en mi llamada de seguir a Cristo en la Legión. Luego estudié humanidades clásicas en Salamanca, España. En el 2008 inicié mi bachillerato en filosofía en el Ateneo Regina Apostolorum en Roma. En el 2010 me llegó mi destino de prácticas apostólicas: Medellín, como formador de apostólicos en el Centro Vocacional. Después de dos años en ese centro, colaboré también como formador en el Centro Vocacional de Mérida, Venezuela. De mis años de prácticas apostólicas guardo recuerdos imborrables del buen trato que me brindó la gente en esos países. Regresé a Roma para cursar mi licencia en filosofía. Creo que esta fue mi etapa de estudio donde pude profundizar más intelectualmente. Realmente me gustó. Luego hice mi bachillerato en teología de 2015 a 2018.
Fui ordenado diácono el 8 de septiembre en Guadalajara y actualmente trabajo como formador en el Centro Vocacional de México.