Fr. Ignacio Bello, LC
«Ya no os llamo siervos sino amigos» (Cfr. Jn 15, 15)
Jesucristo al pasar por la orilla del mar de Galilea, al ver y llamar a sus discípulos los fue llevando no solo por toda Palestina predicando el Evangelio, sino en un camino espiritual interior que culminó en la Última Cena, cuando el Señor mismo les reveló el motivo último de su llamado: Ya no os llamo siervos sino amigos…(Cfr. Jn 15, 15).
Esta es una historia de amistad entre Cristo y un alma, mi historia.
Nací en Xalapa, Veracruz. Tengo una hermana menor y mis padres. Al momento de mi nacimiento, mi mamá era el pilar espiritual y humano del hogar. Los inicios de mi familia no fueron fáciles. Hubo situaciones complejas, pero la ayuda de Dios y la fidelidad de mi mamá a su vocación de esposa y madre, dieron como fruto que mi padre tuviera un encuentro profundo con Jesucristo. Esto sucedió cuando yo tenía unos seis o siete años aproximadamente. Esta conversión de mi padre marcaría su vida y la de nuestra familia para siempre.
Los primeros años de mi infancia fueron normales: escuela, juegos, actividades. La casa donde vivíamos estaba muy cerca de la parroquia. Ahí había un grupo de varios niños que eran el club de acólitos de ese lugar. En esencia funcionaba muy parecido a los clubes del ECYD. Estaban muy bien organizados con sus juntas de formación, sus actividades, etc. Y sobre todo había un ambiente muy agradable entre los niños. Recuerdo que me encantaba ir y estar en el club, participar de las actividades, ayudar en la misa. En la parroquia, en la Iglesia me sentía en casa y sin darme mucha cuenta, Jesús empezó a ser alguien en mi vida, mi amigo de la infancia.
«Maestro, ¿dónde vives? Venid y Veréis» (Jn 1,37-38)
Al mismo tiempo que vivía todas estas cosas, mi familia también iba viviendo poco a poco su propia experiencia espiritual. Después de la conversión de mi papá teníamos que rehacernos, por decirlo de alguna manera, caminar como familia hacia Dios, reconstruir el camino juntos. En ese itinerario espiritual, pasamos por algunos grupos y movimientos. El primero de ellos fue el Movimiento Familiar Cristiano. Recuerdo mucho que ahí empezamos a rezar en familia, eran momentos sencillos pero que me marcaron mucho. Observar a mi mamá y a mi papá orando juntos a Dios, se quedó grabado en mi corazón. Ahora me doy cuenta de que desde niño fui muy sensible a este tipo de cosas espirituales que en ese momento no me daba cuenta, simplemente lo vivía y todo eso fueron semillas que muchos años después darían sus frutos.
Cuando empecé la preparatoria mis papás entraron al Camino Neocatecumenal. Como familia pasamos de un conocimiento inicial de nuestra fe y de la oración a entrar en un itinerario espiritual más profundo y comprometedor. Sobre todo mis padres que seguían buscando a Dios y su voluntad para nuestra familia.
Mi colegio donde estudié el bachillerato era muy bueno, pero no era católico. Y aunque la formación de valores era muy importante, el ambiente era indiferente a las cosas religiosas y a la cuestión de Dios. También en esos años me volví un tanto rebelde en mi casa y tampoco quería saber de Dios o de la Iglesia. Por fuera rechazaba la práctica religiosa y cuestionaba algunas cosas de la fe, pero en el fondo estimaba su valor porque sabía que gracias a esa fe mi familia seguía unida.
Al final de la preparatoria mi papá me invitó a participar en unos retiros del Camino Neocatecumenal. Me resistí mucho al inicio, pero al final participé. En esos retiros Dios fue tocando mi corazón y ablandándolo. Recordé que Cristo no era solamente una idea lejana sino que es una persona viva que quería ser parte de mi existencia. Me di cuenta de que Dios quería que camináramos juntos, que construyéramos un proyecto de vida juntos. Y yo también quería pero no me sentía con fuerzas para ser testimonio en el mundo. El ambiente en el que vivía en esos años era muy materialista, superficial, y sentía que yo solo no lo iba a realizar.
«Vosotros sois la sal de la tierra…
Vosotros sois la luz del mundo» (Cfr. Mt 5, 13-14)
Pero paso algo que marcó mi vida para siempre. Al terminar la preparatoria mi papá me ofreció la posibilidad de viajar a Canadá, como viaje de fin de estudios. El programa de viaje incluía la Jornada Mundial de la Juventud en Toronto. Y motivado más por la idea de viajar y tener un verano divertido me anoté a este viaje. Cuando llegué a Toronto y me encontré con estos jóvenes de todo el mundo, normales y al mismo tiempo auténticamente felices, alegres por compartir juntos el don de la Fe, fue una experiencia totalmente nueva para mí, que cambió totalmente mis esquemas. Me di cuenta de que si quería vivir mi fe auténticamente no estaba solo, que había miles, cientos de miles de jóvenes de todo el mundo que estaban buscando a Cristo, que querían en el fondo vivir como cristianos y ser “sal de la tierra…luz del mundo” (cfr. Mt 5, 13-14).
Tuvo lugar otro acontecimiento que movió mi corazón profundamente y que hoy sigo recordando como si fuera ayer. Durante la misa de clausura el domingo, caía una lluvia torrencial y San Juan Pablo II estaba ahí dando la homilía bajo la lluvia diciendo: “Escuchad la voz de Jesús en lo más íntimo de vuestro corazón”. “Sed sal de la tierra…sed luz del mundo… “¿Señor a quién, a quién iremos?”. “Solo Jesús, el amigo íntimo de cada joven, tiene palabras de vida eterna”.
En esos momentos sentía claramente como Jesucristo a través de su vicario, me hablaba a mí personalmente. Me di cuenta de lo alejado que estaba de Dios, de la superficialidad y vanidad de muchas partes de mi vida, y al mismo tiempo profundamente conmovido y feliz por estar ahí en ese momento, recibiendo de parte de Dios una nueva oportunidad. Experimenté en mi interior un profundo deseo de ser de Cristo y junto con todos los jóvenes católicos, ser “sal de la tierra, luz del mundo”.
«¡Si amáis a Jesús, amad a la Iglesia!»
El Papa continuó hablando y en uno de los momentos más importantes de la homilía nos exhortó, con convicción y valentía a amar a la Iglesia, recordándonos que es imposible amar a Cristo y desentenderse de su esposa la Iglesia. “¡Si amáis a Jesús, amad a la Iglesia!”.
San Juan Pablo II nos invitó a levantar los ojos y mirar más allá de las faltas y pecados de algunos de sus hijos y ver “a la gran mayoría de sacerdotes y religiosos generosamente comprometidos, cuyo único deseo es servir y hacer el bien…estad cerca de ellos, sostenedlos”.
Recuerdo con toda claridad que en ese momento mire a un seminarista sentado, cubriéndose de la lluvia con su libro de oraciones bien agarrado en su pecho. Y justo en ese momento el Papa dijo: “Y si escucháis que resuena en lo más íntimo de vuestro corazón esa misma llamada al sacerdocio o la vida consagrada no tengáis miedo de seguir a Cristo por el camino real de la Cruz….En los momentos difíciles de la historia de la Iglesia el deber de la santidad resulta aún más urgente…y la santidad no es cuestión de edad. La santidad es vivir en el Espíritu Santo.”
Y en ese momento empecé a llorar como creo nunca había llorado en mi vida. Cristo entraba a mi corazón a darle un sentido mayor a mi existencia, yo quería estar con Él para siempre y lo mejor de todo es que experimenté que él quería aun con mayor fuerza estar conmigo, ser mi amigo, estar por siempre a mi lado y construir un proyecto de vida juntos. Fueron lágrimas liberadoras, lágrimas que significaron un dolor y un consuelo, un dolor porque, por un momento, comprendí que ese seguimiento de Cristo es efectivamente por el camino real de la cruz, dejar mi familia, mis proyectos, mis amigos, la posibilidad de tener mi propia familia…todo eso me pesaba, pero por otro lado, sabía que Cristo me estaba invitando a algo más, me invitaba a seguirle más de cerca, a caminar juntos, a vivir unidos en la misión, a amar a la Iglesia apasionadamente, luchar con ella y por ella, defenderla y cuidarla como una esposa…
Un momento de gracia de Dios, inolvidable que me marcó para siempre. Un momento de inmensa alegría y de mucha misericordia.
Mi fe, nuestra fe: El Regnum Christi
Cuando regresé a México estaba todo revolucionado, quería vivir una vida más cerca de Dios, quería vivir realmente eso de ser amigo de Cristo, quería tener amigos con los cuales compartir y vivir esta nueva experiencia e invitar a otros a ser parte de esto. De alguna manera reproducir la experiencia de la JMJ de Toronto en mi vida ordinaria en México pero no sabía ni por dónde empezar.
Participé durante poco tiempo en el preseminario del Camino Neocatecumenal, y aunque admiraba algunas cosas de ellos y su deseo de ser auténticos cristianos, no me sentía identificado con ese carisma.
Después participé en un apostolado que mis padres querían iniciar en Veracruz, que promovía la espiritualidad mariana, el rezo del rosario, etc. La entrada de María a mi vida y a la vida de nuestra familia fue muy importante en esos años, nos ayudó muchísimo, renovó la unión familiar y le dio como un aire nuevo de frescura y alegría a nuestra vida ordinaria de Fe.
Sin embargo, en el fondo había algo más que estaba buscando. Y en ese momento entré a la Universidad Anáhuac Xalapa. Pude participar en las Megamisiones y conocer en la universidad a otros jóvenes que también buscaban vivir su fe. Juntos formamos el primer grupo de Regnum Christi de la Universidad. El Papa Benedicto XVI decía que podemos decir “mi fe” solo si se vive y se mueve en el “nosotros” de la Iglesia, solo si es nuestra fe, nuestra fe común en la única Iglesia.
El encuentro con el Regnum Christi, con ese pequeño grupo de amigos y amigas en la Universidad ha sido una de las mayores bendiciones de Dios en mi vida. Fue el lugar de encuentro con Jesucristo, no solo mi encuentro personal con Él, sino nuestro encuentro con Cristo de cada día, de cada semana, en la formación, en el apostolado, cuando salíamos a divertirnos, entre clases. Hablar de Dios entre nosotros era lo más normal y con ello un gran deseo de que muchos otros en la Universidad conocieran a Jesús y experimentaran lo que nosotros estábamos viviendo en el Regnum Christi. Había encontrado mi lugar en la Iglesia.
«¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
Alzare la copa de la salvación invocando su nombre» (Salmo 115, 3-4)
Después de años de estudio en la Universidad y de vivir el carisma del Regnum Christi, el tema vocacional lo tenía como guardado en un cajón. Me sentía muy feliz como estaba y realmente en el fondo no quería volver al asunto vocacional. De alguna manera pensaba que eso ya estaba resuelto, que era el Regnum Christi lo que Dios quería para mí y nada más…al menos eso pensaba yo, pero había algo dentro de mí que no me dejaba tranquilo con esta opción. Y es que en el fondo sabía que no estaba siendo sincero conmigo mismo ni con Cristo. Lo que sucedió en mi corazón años atrás en la JMJ de Toronto no lo podía dejar simplemente así e interpretarlo a mi medida. Sería desleal si no le daba la oportunidad a mi amigo Jesús de ver junto con Él cuál era su plan para mi vida, que con los años se transformó en nuestro plan.
En los últimos meses de la universidad fui sintiendo nuevamente la cercanía de Cristo a mi corazón y vi con claridad, cuán generoso había sido Él no sólo conmigo sino con toda mi familia. Fue ver con nuevos ojos cómo Cristo y su Madre Santísima entraron a mi vida y a la de mi familia, cómo nos rescataron y nos llevaron de la mano para estar cada vez más cerca de Dios. Fue así que decidí darle la oportunidad a Cristo y participar en el candidatado de los Legionarios de Cristo en Monterrey en el año 2007. Realmente no era yo el que le daba la oportunidad a Dios, era Él quien me regalaba la gran oportunidad de vivir siendo su amigo íntimo y caminar con Él para siempre.
«¡Rema mar adentro! Y lanza las redes al mar» (Cfr. Lc 5,4)
Desde hace casi 12 años esa invitación de Cristo que escuché en mi corazón, esa inquietud espiritual interior se fue transformando poco a poco, a través de momentos de gozo como aquellos de dificultad y lucha, en una certeza de fe, en una experiencia profunda de su amor de misericordia por mí. Me siento cada día misericordiado por Cristo, que me elige para estar con Él y me envía a predicar su amor a los hombres. Miserando atque eligendo.
En vísperas de mi ordenación sacerdotal, ésta es mi historia que quiero compartir contigo. Una historia que se ha construido a través de los años, en distintos lugares y países, con muchas experiencias de todo tipo, acompañado de grandes amigos, amigas, hermanos y hermanas en la Legión y el Regnum Christi, con grandes pruebas y bendiciones aún mayores y en todo, Cristo que siempre ha estado ahí. Te puedo decir después de todos estos años, que realmente Jesucristo es el amigo fiel y que si sientes en tu corazón que Él te invita a algo más, dale la oportunidad, permítele que te hable, escucha su voz. Te lo aseguro, no te arrepentirás nunca de abrirle de par en par las puertas de tu corazón.
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